Una semana antes, Tata se había jubilado, despidiéndose de la oficina de Correos de México en la cual había sido el administrador por muchos años. Aquellas instalaciones de la calle de Fray Servando Teresa de Mier habían sido su segundo hogar, donde él había vivido prácticamente del amanecer al anochecer, conviviendo con sus subordinados y compañeros de trabajo. Recuerdo lo temprano que se iba siempre, día a día. Él ponía el ejemplo en la oficina, llegando antes que todos, auque no fuera su obligación. Si aquel 19 de septiembre hubiera seguido trabajando, seguramente habría estado entre los escombros de ese viejo edificio que ahora ya no existe.
La demás familia, primos, tíos y sobrinas sintieron el temblor en sus casas. Algunos de ellos las habían construido casas cerca de los canales de Xochimilco. En el momento del sismo, se asustaron al ver cómo el agua de los canales salía con brusquedad de su cauce. Las áreas son muy volubles y débiles en cuanto a cimentación de tierra. En general, nuestra delegación no tuvo grandes daños. El siniestro más grave ocurrió en la calzada Guadalupe I. Ramírez esquina con Zacatecas donde en una zona se abrió la tierra y devoró un automóvil (sin personas adentro) y un poste de luz.
El reloj marcaba las 9 de la mañana de ese día. Mi padre, se encargó de pasar por nosotros a la escuela y de llevarnos a casa. Mi madre se había encargado de acompañar, cuidar y repartir a los muchachos que tenían en su secundaria, en Tlalpan, mientras que otras personas trataban de tener noticias de sus familiares, haciéndoles saber que todos los compañeros de esta escuela se encontraban bien.
En nuestra primaria, la naciente asociación de padres de familia empezó a estudiar los daños al edificio producto del temblor. Días después se concluyó que la escuela sólo tenía algunos rasguños, como cuarteaduras o vidrios rotos, pero que no dañaban en nada la estructura principal. Aún así, los arquitectos diseñaron unos reforzamientos en los pilares para estar seguros. Hasta el momento creo que han funcionado.
Cuando mi padre nos dejó en casa, trajo consigo ocho pilas "D" para ponérselas a un pequeño radio-televisor que tenía en su cuarto. No había luz, ni teléfono y el agua empezaba a escasear. La señal de TV estaba fuera de servicio, así que buscamos en las frecuencias de radio. De entre toda la estática y ruidos inentendibles producto de la pérdida de las señales, localizamos un pequeña y lejana sintonía, muy leve en un principio. Comenzamos a escuchar con detenimiento... en la narración se nos mostraban las imágenes de una ciudad que no debía ser la Ciudad de México, no podía serlo.
Conforme pasaban las horas, la descripción de aquel escenario (productode una crónica histórica lograda por Jacobo Zabludovsky) era casi irreal imaginarnos la magnitud de la tragedia. Nuestra atención se centraba en los hospitales. Como casi toda la familia se había inclinado por el área médica, mis padres, mis tíos y abuelos, tenían en ellos a varios conocidos. Se dieron cuenta que al momento del temblor, estaban o deberían estar saliendo de guardia.
Nuestra preocupación más apremiante era saber de un primo hermano, el mayor de todos, quien tenía guardias constantes en varios nosocomios. Poco después supimos con gran alivio que a él le había tocado descanso, más no así a sus amigos...
1 comentario:
¿Y qué más pasó??
No puedo comentar más si no terminas el relato ehhhhhhhh...
Besos!!!!!!!!!
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