La Ciudad de Oaxaca es un símbolo universal de mexicaneidad, reconocida como patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO. Su centro histórico era uno de los más bellos que existía en el mundo, plagado de historia, de armonía visual, de equilibrio étnico, de sonido perfectamente sincronizado con el ambiente, la hora, el lugar y el tiempo.
Recuerdo mi primer encuentro con este lugar. Tenía alrededor de 15 ó 17 años, cuando mis abuelos me llevaron a visitar a una parte de la familia que vivía en el estado de Oaxaca. Tras un viaje maravilloso en tren, (otra de las cosas que mis hijos no habrán de conocer, por lo menos en mi país), llegamos a un lugar que me enganchó para siempre, y el que he llegado a considerar como mi segundo hogar.
El amor profesado de mis abuelos a este suelo maravilloso oaxaqueño, lleno de misticismo, de diversidad de lenguas y de buena gente, me fue transmitido con la misma devoción que ellos tenían para con su tierra. Desde entonces, trato de ir y disfrutar por lo menos una vez por temporada de este grandioso lugar.
A través de los años, en los cuales ya estoy por llegar a los 30, he disfrutado de esos paseos descubriendo en cada viaje a la ciudad zapoteca, cosas nuevas y magníficas que pareciera ser que los únicos interesados en disfrutarlas y reconocerlas en su debida importancia, son los ciudadanos extranjeros que no olvidan y valoran todo aquello que los mexicanos despreciamos.
El centro histórico es uno de esos lugares mágicos en donde he podido admirar verdaderamente la grandeza de nuestra raza. La capital de un estado que ha dado dos presidentes, de los más importantes en la historia de nuestro país. En ese cuadro, en ese lugar, se entrelazaban la historia antigua, moderna y contemporánea, reconciliándose unas con otras.
En ese espacio, mi futura esposa y yo presenciamos en diciembre pasado, La Fiesta de los Rábanos, y disfrutamos un pequeño concierto coral, seguido de la quema de fuegos pirotécnicos y encontramos guarida bajo la sombra de esos gigantes laureles de la India, con más de cien años de antigüedad y que hoy día ya no existen más.
No sólo los árboles sufren con estas obras tan imbéciles como el personal de gobierno del Estado que las lleva a cabo, también se están llevando entre las patas a millones de personas que son o se sienten oaxaqueños y no se explican las razones de estas seudo restauraciones.
No creo que a esos animales (me refiero a los que diseñaron y dirigen la obra, y con todo el perdón que me merecen los animales), les importe la opinión de la ciudadanía. Lo estamos viendo, a nadie le importó lo que opinaban las personas que viven ahí, a los ciudadanos, que son a quienes se deben pues ellos son quienes les pagan su salario.
El centro histórico de Oaxaca sufrió una violación a manos de la más infame escoria que existe en nuestro país. Lleno de coraje, de rabia, porque instancias federales y estatales no han hecho nada al respecto, siguiendo el servilismo nato tan característico de ellos. Tal parece que estamos dedicados a destruir nuestro legado, nuestra identidad e historia, a permitir que el olvido se llene por desgracia, en un espacio y tiempo muy corto, en la mente y en los corazones de nuestras futuras generaciones.
Aldergut
1 comentario:
No existe nada más destructivo que el ser humano, sobretodo cuando se encuentran de por medio ambiciones de poder...
Comparto tu enojo
TA
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